Crónica recordó la historia del Hombre Gato en Brandsen. Se remonta a 1984, seguramente muchos de ustedes la recuerden. Aquí la compartimos.

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¡El hombre gato ataca!

Por Crónica.com.ar

El partido de Brandsen se encuentra al noreste de la provincia de Buenos Aires. Abarca una superficie de 1.130 km2 y limita con los siguientes partidos: San Vicente y La Plata hacia el norte y noreste; hacia el este el partido de Magdalena; General Paz hacia el sudoeste y Chascomús hacia el sur. Su grado de urbanización es muy bajo, circunstancia que lo determina como un partido de condición netamente rural.

La población urbana está concentrada básicamente en la ciudad cabecera. La actividad agropecuaria es preponderante en Brandsen, ocupando casi un 90 por ciento de la superficie total con fuerte primacía de la ganadería y la producción láctea.

4 de agosto de 1984

A la noche, el clima frío había acentuado particularmente su rigor. Alicia, 22 años, en su humilde pero confortable vivienda, luego de cenar, prepara su cartera para las tareas laborales que emprenderá al día siguiente.

Se desempeña como personal doméstico destinado a la limpieza, puntualmente, de la casa de una familia de clase media alta. Un calentador a kerosene acondicionó algo, en cuanto a clima, aquel lugar; sin embargo, Alicia nota una sensación de sofocación que la obliga a dejar apenas abierta la ventana de su dormitorio.


A las 22 decide acostarse. Algo de televisión le pone una cuota de esparcimiento y la aleja de su estrés cotidiano al que se había sumado, por otra parte, una serie de conflictos familiares que necesitaba disipar para bien de su estado emocional. Alicia se recuesta en la cama y se tapa con una frazada. El agotamiento, a esta altura de los acontecimientos, puede más. Mantiene el televisor encendido y solamente un haz de luz que viene desde el exterior se instala en una esquina de aquel espacio como queriendo romper la monotonía de aquella postal.

Alicia cabecea una y otra vez, sin embargo, el volumen de la televisión la mantiene despierta aún, en la realidad de aquella noche, supuestamente, apacible. Sus párpados amagan, una y otra vez, caer vencidos ante el sueño que parece ganarle la pulseada. Sin embargo, la profundidad de aquel descanso se verá interrumpida ante la presencia, en minutos, de una terrible pesadilla. Por la ventana ingresa una figura fantasmagórica que se multiplica por tres, Alicia se sobresalta con el corazón latiendo superacelerado.

De pronto, este personaje ya dentro de la habitación lanza un terrible maullido y se abalanza sobre ella. Alicia, con rápidos reflejos, consigue hacerse de una piedra que tenía en su mesa de luz y la impacta sobre la frente del agresor. Alicia grita con toda la fuerza de sus pulmones y el agresor da unos pasos atrás. Apenas unos minutos de acaecido el hecho, el personaje en cuestión se trepa a la ventana y huye, no sin antes maullar nuevamente, y otra vez lanza un fuerte maullido a modo de ritual de guerra y que parece hacer eco en la inmensidad de aquella madrugada fría en la ciudad de Brandsen.




A la mañana siguiente

Alicia no va al trabajo. Sus vecinos se enteran del desagradable episodio y la noticia no tarda en expandirse. El agresor es definido como un hombre de un metro ochenta, vestido de negro, con una máscara con orejas puntiagudas, guantes con garras de metal y calzado con tapones, muy similar a los que utilizan los jugadores de fútbol. Los gritos de este personaje eran maullidos proyectados en el espacio de manera altisonante. Capaz de ser escuchado a una más que importante distancia.

Una semana después

Raúl, un joven de 17 años, viene de visitar a su abuela y se dirige a su domicilio. Alrededor de las 23.30 nota en la calle unos pasos, detrás suyo, que van tomando cada vez mayor intensidad. Se da vuelta y observa la figura de una persona, totalmente vestida de negro. Y con máscara del mismo tono. Se pone nervioso y acelera la marcha. Quien lo sigue también empieza a caminar más rápido. Los moradores de las casas del lugar se encuentran, aparentemente, en pleno descanso. No hay luces encendidas.

En el momento de empezar a correr, Raúl siente el aliento del individuo, en cuestión de segundos, en su propia nuca; una sensación de temor y angustia invade la humanidad de Raúl, los pasos del acosador están cada vez más cerca. El agresor se le tira encima. Raúl consigue darle un codazo que hace blanco en el rostro del atacante; este, muy ágil y rápido, grita un terrible maullido y le asesta un contundente golpe en la boca del estómago al muchacho, que cae al piso pero no pierde el conocimiento.


La lucha continúa y el adolescente se defiende con alma y vida hasta que el atacante lo deja en el piso y abandona el lugar, volviendo a maullar, una, dos y tres veces. A las horas, un médico comprueba las heridas de Raúl. En el cuello, en la espalda; su camisa, totalmente rasgada. Brandsen empieza a alarmarse y los episodios van a ser retratados por la prensa nacional de esta manera: “Pánico en Buenos Aires: el Hombre Gato ataca”. En el boca a boca barrial, la información da cuenta de nuevas apariciones de este temible personaje

La policía transita y patrulla, sin embargo, los vecinos no se encuentran conformes con la respuesta que les están dando los hombres de la fuerza pública. Los móviles policiales vuelven a patrullar toda la madrugada. A todo esto, diferentes versiones vuelven a dar cuenta de las tropelías de este deleznable sujeto. Toda una comunidad es puesta en vilo. Los vecinos reclaman más vigilancia y se van preparando para otras instancias. Hay mucho miedo de salir de noche. Un llamado telefónico a la principal seccional policial de Brandsen causa alarma: atienden y del otro lado una voz gruesa les dice: “Hola, soy el gato”, y corta. La policía determina que el número de este llamado correspondía al 2283.


Vuelven a llamar inmediatamente. Los atienden. Otra vez, una voz particularmente gruesa dice: “¿No me creyeron? Soy el gato”. El episodio impacta a la policía y proceden, entonces, a cursar diferentes líneas de investigación. Al día siguiente, la empresa telefónica le confirma a la policía que dicha línea, desde hacía dos meses, no se encontraba en funcionamiento y que correspondía a un profesor de literatura. El temor y la inseguridad se ciernen, cada vez con mayor fuerza, en las tétricas noches del partido de Brandsen. Como reguero de pólvora, las noticias van adquiriendo, con el paso del tiempo, mayor gravedad. ¿Vengador anónimo? ¿Asesino serial? ¿O personaje emanado de los comics con alto voltaje de maldad? Hasta se llega a dirimir que en los nuevos ataques de este terrible protagonista se van a dar cita, también, vejaciones sexuales. ¿Es el Hombre Gato, en definitiva, un sádico sexual? ¿Va a tener como potenciales víctimas, luego, a los chicos y a las adolescentes?

Por otra parte, uno de los damnificados, un adolescente de 15 años, afirma una y otra vez que entre maullido y maullido el atacante lo llamó por su nombre. Nuevos interrogantes se agregan, entonces, al macabro mapa de este “asesino”. ¿Conoce a sus víctimas? ¿Por alguna razón especial se venga de ellas? Uno de los atacados asevera, por otra parte, que se trata de una persona muy elástica, de muy buen físico y chueco. Precisamente, este último detalle, con el correr de los días, producirá en Brandsen una impensada “caza de brujas”. La consigna, en tanto, será contundente: “Atrapar a todo individuo con esta particularidad física”.

El miedo se apodera de aquella ciudad y la gente, ya con particular decisión, quiere convertirse en justicieros callejeros. Ante la inacción policial que no logra dar con pistas firmes sobre este temido agresor, la población va generando un estado de efervescencia, bronca e impotencia que se traduce lisa y llanamente en un verdadero odio contra el Hombre Gato.

Reuniones

En una de las plazas céntricas de la ciudad, la vecindad transmite su estado de inseguridad y quiere solucionar el tema de raíz con la acción puntual de “justicia por mano propia”. Voces en alto afirman: “Esto no lo podemos tolerar más, este delincuente no perdona a nadie, se mete con nosotros, con nuestros hijos, con nuestros mayores. Solamente falta que mate, pero para eso falta muy poco”.

Otro pide: “¿Qué estamos esperando, entonces? ¿Somos todos tan cobardes como un rebaño de ovejas?”. En tanto, los más exaltados quieren convencer a la muchedumbre de la única y posible salida: “Tenemos que matar al Hombre Gato. Somos nosotros o él”. Los gritos en torno a la coincidencia parecen adquirir cada vez mayor contundencia en el reclamo. Una horda humana se prepara: “Salgamos ahora mismo en su búsqueda”, parece ser la fatal consigna que se instaló en las conciencias de aquellas personas.

Con antorchas y linternas, el grupo de enardecidos sale con pulso firme y decidido para poner definitivamente justicia. Otro grupo, en el oeste de la ciudad, atrapa a un ex boxeador sobre el que afirman cuenta con todos los rasgos del atacante. Dos familiares del deportista, dentro del grupo “justiciero” afirman que una dificultad en una de sus rodillas le impide treparse a una silla y menos aún subirse a la copa de un árbol. El ex boxeador, a punto de ser desmembrado como Túpac Amaru por aquella comunidad, es soltado.

Su corazón vuelve a tener el ritmo habitual, la transpiración en todo su organismo no cesa todavía. Sin embargo, salva su pellejo y regresa a su domicilio. En tanto, el otro grupo tiene como blanco a un profesor de karate que, sugestivamente, también es chueco y coincide con muchas de las señas físicas del agresor. Es atrapado por la otra enardecida patrulla vecinal y lo estaquean.

A punto de ser linchado, la sirena de varios móviles detiene por instantes a los “justicieros”. Interviene la policía, hace ingentes esfuerzos y lo saca de las garras de aquel grupo salido de sus cabales. Posteriormente, en la comisaría, se supo que una denuncia anónima -producto de una actitud de encono, bronca o despecho contra el profesor- lo había colocado, de manera más que peligrosa, en el ojo de la tormenta. Deshecho emocionalmente, el profesor es llevado en un auto policial hacia su domicilio.

Tres días después

Una nena de 13 años les dice a sus padres que va a ir hasta el galpón a buscar una muñeca. Los padres asienten. Le comentan que no se demore demasiado. El lugar está abierto y enciende la luz. Busca el juguete. Pero tarda varios minutos en decidirse. En la profundidad de la noche, una mano con garras se posiciona sobre el picaporte. La nena, de espaldas, sigue muy compenetrada en lo suyo. La puerta, silenciosamente, va girando hacia adentro. Las pisadas de ese individuo son apenas perceptibles, la nena no se da cuenta y sigue eligiendo sus juguetes. Se decide por una muñeca y se da vuelta para regresar a la casa. Una mano afiladísima se instala en el cuello de la criatura. La nena estalla en gritos y llantos. Los padres escuchan el altercado y corren hacia el lugar. El atacante escapa y los padres observan cómo la temible figura trepa por las paredes y un terrible maullido se extiende en la noche, dejando atónitos a los padres que abrazan a su hija. Ya convertido en fantasma, el agresor desaparece en la ardiente oscuridad. A todo esto, la nena -imprevistamente- había logrado quitarle la máscara al delincuente, pudiéndole ver su rostro. La máscara, fiel reproducción de un felino, queda en poder de la policía. Se hacen varios identikits y se los distribuye por todo el Gran Buenos Aires.


El miedo se expande por toda la provincia

El pánico y la locura generalizada, lejos de calmarse, encuentran, a su vez, su mayor clímax. Además de Brandsen, el Hombre Gato es ahora visto -paralelamente- en las localidades de Burzaco, Llavallol, Almirante Brown, Esteban Echeverría, Monte Grande. ¿Se multiplicó el Hombre Gato? El interrogante agiganta más dudas, miedos y temores. Una extraña versión empieza a circular por ese entonces y el periodismo se hace eco. Todos los atacantes pertenecerían a una secta religiosa vinculada con el umbandismo. Aquellos, supuestamente, veinte hombres -tal como consigna un informe periodístico- serían rubios y de nacionalidad brasileña. La versión en cuestión llega a los centros diplomáticos de Argentina y Brasil. Por aquel entonces se rumorea que una imprevista tensión se habría instalado en ambos países.

Meses más tarde

Durante septiembre y octubre, el o los Hombres Gato ingresan en una momentánea retirada. Esa supuesta calma va a durar muy poco. En febrero de 1985, La Plata será el escenario de las nuevas andanzas de este tétrico personaje. Como principal epicentro de su recorrido serial tendrá un ámbito insospechado: el hipódromo de la ciudad de las diagonales. Una noche en la que se perfila una fuerte tormenta, alrededor de las tres de la madrugada, alguien va a interrumpir el descanso de los caballos. La tensión se hace presente en los animales. ¿Será el anuncio de una tormenta que se avecina con particular fuerza y que los equinos, sensibilidad mediante, presagian? Dos peones se dan cita y aterrados observan a los animales en estado de terrible nerviosismo. A todo esto, desde los extremos del stud poderosos maullidos se extienden durante varios minutos. El relato de los trabajadores vuelve a desconcertar a las autoridades policiales. A todo esto, terribles novedades dan cuenta de que las andanzas de este maléfico personaje continúan, luego, en la localidad de Los Hornos.

Ataque sexual

Colegio primario Nº 44 de la localidad de Tristán Suárez. Los alumnos del turno tarde ya se van retirando. La directora Beatriz se despide de la profesora Norma, quien avisa que se queda para revisar unos exámenes que le habían quedado pendientes. El portero también se retira, puntualmente, a las 20. Norma, a su vez, le comunica a Beatriz que se encargará de apagar todas las luces y cerrar el establecimiento. Alrededor de las 21.30 y luego de haber revisado varios trabajos de sus alumnos, acomoda todas sus cosas y limpia la mesa. Guarda la cafetera en el armario. Observa que todo se encuentra en orden y procede a retirarse. Se nota muy cansada. Le pone llave a la puerta principal y se acuerda de que, más allá de todos los recaudos tomados, no había apagado las luces de la cocina. Vuelve, cumple con el cometido y ahora sí, finalmente, emprende la retirada. Sale y vuelve a ponerle llave a la puerta de ingreso al establecimiento. En la inmensidad del silencio, una figura se recorta en la noche y salta desde el techo de aquella escuela. La aprisiona entre sus enormes garras que no dejan respirar a la docente. La profesora Norma, entre llantos desgarradores, en el destacamento policial afirma que su atacante fue un hombre con máscara y vestido totalmente de negro. Dijo que luego de haber sido violada, el despreciable sujeto maulló dos veces. Aquel delincuente psicótico de los primeros ataques ahora se había convertido en temible (y serial) sádico sexual. A todo esto, los vecinos de General Sarmiento ingresan, también, en la supuesta paranoia de varios ataques del hombre felino. La prensa afirma ahora que fue localizado por los techos de varias viviendas. Se escuchan maullidos por doquier en la medianoche. La sorpresa es aún mayor cuando varios vecinos reparan, al día siguiente, en que las puertas de ingreso a sus casas fueron rasgadas, como con púas.

Marzo de 1985

La noche, aparentemente, se encontraba calma. Sin embargo, se tratará de una tensa calma. Un vecino de Pablo Nogués, luego de escuchar ruidos de fuertes pisadas en su techo, agarra su arma y dispara varias veces en esa dirección. Dicha persona afirma, posteriormente, que un hombre con máscara y vestido totalmente de negro, con la pierna herida, corrió hacia la calle y se introdujo en un auto que lo estaba esperando. Pablo Nogués no queda al margen y se organiza, asamblea mediante, en patrullas armadas de vecinos. La policía se intranquiliza aún más. La tensión se encuentra en su máxima ebullición, como una caldera a punto de explotar. Pasan los días sin novedades del citado sujeto. Pasan los meses, también, sin novedades. Pasan los años y la provincia de Buenos Aires da cuenta del Hombre Gato, simplemente, como una extraña leyenda urbana, convertida, posteriormente, en una terrible e impensada pesadilla. Ya dejaron de escucharse los amenazadores maullidos que habían convertido a varias localidades del Gran Buenos Aires, en la geografía del terror

¿Leyenda urbana, mito o represión cultural?

En un estudio social de monografías compilado por Fernando Jorge Soto Roland, en relación a este temible personaje, se detalla el siguiente análisis: El Hombre Gato rompe con la previsión y las reglas. Es incoherente en más de un sentido. Maúlla, trepa, salta, rasguña, en principio sin sentido alguno. Sus acciones son imprevisibles, incluso ridículas cuando se las analiza con frialdad.

Así y todo, son generadoras de un terror verdadero y profundo. Como todo monstruo, se desvía de las pautas convencionales y se convierte en un riesgo para todos. Por eso debe ser combatido. La defensa de los valores claros queda así en manos de los vecinos (y de la policía).

Por otro lado, el hecho de que las víctimas sean, en su mayor parte, menores de edad, jóvenes o mujeres, manifiesta una clara voluntad de obediencia y el consiguiente castigo por incumplir las advertencias de los mayores (“Si no hacés lo que te digo y mando te lleva el Hombre Gato”).

Las consecuencias de esa desobediencia a las pautas impuestas por los más grandes pueden ser terribles; y no es de extrañar que, en una sociedad machista, haya germinado la idea de que una mujer que ande sola por la calle, a horas supuestamente inapropiadas, pueda transformarse en víctima de la criatura. Las señoritas de su casa y los nenes buenos no hacen esas cosas.

Sin desearlo, el Hombre Gato se convertía en un comisionado del orden establecido; especialmente en una sociedad que, tras una dictadura militar de años, seguía arrastrando consignas por demás conservadoras. Y así, en un contexto cultural de valores rígidos, tradicionales y coercitivos, el Hombre Gato fue una prolongación de los días castrenses impuestos por los militares. 

Fuente: Crónica.com.ar


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