Fuente Semanario Tribuna 10-10-2020

“La ayuda que nos envían desde el municipio ya no alcanza porque la demanda es cada vez mayor”, comenzó contando Carmen Lezcano, esta noble vecina del barrio La Parada que desde hace 10 años lleva adelante el comedor La Tapera, una iniciativa que nació por la voluntad de devolver algo de la ayuda que recibió en sus duros primeros años en nuestra Ciudad y que ahora es un estandarte de la solidaridad en estos tiempos en lo que tanta falta hace.

La Tapera

“En el comedor le damos de comer, por día, a un promedio de 30 personas y la verdad que últimamente la demanda ha crecido de manera notoria y si bien tenemos ayuda del Estado, que agradecemos mucho, la verdad que alcanza cada vez menos y por eso es que tenemos que recurrir a la ayuda de los vecinos”, comentó Carmen.

La Tapera, que debe su nombre a lo que ella encontró en el barrio cuando llegó del sur bonaerense hace casi 25 años, reparte 10 viandas diarias, de lunes a viernes “y la verdad que las familias necesitan mucho de nosotros; los chicos esperan la merienda con mucha ansiedad y desde acá tratamos de hacer todo para que puedan tener la mayor variedad de alimentos”, agregó.

Si bien las necesidades en lugares como La Tapera, están en todo momento a flor de piel, actualmente, la mayor carencia es de frutas y verduras; “los chicos piden mucho y la verdad que es algo que es cada vez más necesario. Lo que sea; duraznos en almíbar, manzanas, naranjas. Yo las pongo en la heladera y aguantan una semana y para los chicos es un nutriente importante más ahora que empezó el calor y les encantan las ensaladas de frutas”, manifestó la solidaria vecina.

Y ya han comenzado las ayudas de vecinos “porque me conocen y saben que todo lo hago por los chicos y sin ninguna otra intención. Me han ofrecido dinero, pero no lo acepto porque esto no es un negocio para nosotros; esto es para ayudar a la gente como en su momento me han ayudado a mí cuando llegué acá sin nada más que mi hija y la tristeza”, destacó esta noble vecina.



Ropa, zapatillas, alimento y cualquier elemento que contribuya a que los vecinos de La Parada pasen un poco mejor estos complicados momentos son bienvenidos; “nuestra intención es ayudar y nada más. Para mí es una caricia al alma ver la carita de los nenes cuando se llevan su vianda o toman la merienda; esto es un ida y vuelta. Antes me ayudaron a mí y ahora yo lo retribuyo como puedo”, dijo.

Es que ni la pandemia y todos los temores que implica hizo que esta vecina, pese a sus 68 años que la convierten en persona de riesgo, haya bajado los brazos en esta cruzada; “antes los chicos tomaban la merienda y los vecinos comían acá y era mejor porque hasta que se vaciaba la olla no se iba nadie. Ahora entendemos el contexto y por eso es que cambiamos la metodología”, comentó.

En ese sentido, ahora el comedor abre sus puertas de lunes a viernes y no como antes, de lunes a sábados, “porque queremos que la gente ande menos afuera de su casa y porque la verdad que con el aumento de la demanda, no doy abasto sola con todo. Pero pronto la idea es volver a funcionar los sábados”, afirmó.

La ayuda que pide Carmen es importante “porque no solamente queremos dar de comer, sino dar de comer alimentos saludables y variados. Los precios de todo han subido muchísimo y por eso acá no damos carne; por eso pedí una ayuda para ver si podíamos conseguir carne para hacer milanesas que a los chicos les van a encantar. Para ellos es muy importante tener todos los nutrientes porque están en pleno proceso de crecimiento; nosotros los grandes nos arreglamos, pero ellos, no”, manifestó.

SU HISTORIA

La de Carmen, de 68 años, es una historia de lucha, resiliencia y dolor; pero también de templanza, coraje y nobleza. “Me vine de Banfield con mi hija porque si no lo hacía, mi marido me mataba a golpes”, aseguró, ya retemplada, esta orgullosa abuela de dos nietas.

Con 44 años, entonces, Carmen se vino con su hija, Ana María, a La Parada “y acá estaba todo destrozado, parecía que había pasado una topadora y había arrasado con todo. Yo tenía una vida acomodada, vivía en un barrio residencial de Banfield, pero decidí venir acá con mi hija las dos solas porque mi vida corría peligro”, cuenta Carmen, que cuando llegó recibió toda la ayuda de sus vecinos “porque no teníamos nada. Y a mí toda esa ayuda recibida me hace hoy estar donde estoy y haciendo lo que hago, que no es más que devolver lo mucho que esta comunidad me dio desinteresadamente”, finalizó Carmen, siempre dispuesta a dar una mano a quien lo necesite.

Fuente Semanario Tribuna 10-10-2020


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