Por: Osvaldo Príncipi – Fuente La Nación

El viejo relator de la televisión italiana Paolo Rosi sólo atinó a decir en su dramática narración: «Oh, Dio mio. Oh, Dio mio» . Su ofició lo llevó a rememorar el desenlace declamado en 1970, cuando su voz quebrada y lacónica agonizaba en el mismo instante que su compadre Nino Benvenuti sufría el KO fatídico propinado por Carlos Monzón .

El 4 de julio de 1987, la escena parecía repetirse . Eran otras épocas, intercaladas en el desorden causado por el paso del tiempo y el auge de organizar boxeo en la pobreza y el subdesarrollo. Monzón se eyectó vencedor en el sofisticado Palacio de los Deportes de Roma en 1970, en el poderoso período azzurro de Gianni Rivera y Giacinto Facchetti. Sin embargo, Juan Martín Coggi , un humilde pibe de 25 años, del pueblo de Brandsen, sorprendería a propios y extraños fulminando al ídolo de los napolitanos Patrizio Oliva , en un recinto de piso de tierra y mejorado en la zona más castigada del pueblo naranjero de Rivera, en Sicilia. Desde allí, decían los parlanchines, se podía ver la inmensidad del Mediterráneo, las amenazas que Muamar el Gadafi planeaba desde Siria y un letrero que informaba: «A 36 km del pago de Vito Corleone».

Tal si fuese una escena nostálgica y surrealista de «Cinema Paradíso», así comenzó la gran historia del «Látigo» Coggi, un campeón mundial clásico del boxeo argentino a quien los italianos quisieron nacionalizar -su abuelo era abruzzese- ofreciéndole todo el oro posible: deportivo y material.

El triunfo de Coggi sobre Oliva

«El campeón de dos banderas» . Así los medios peninsulares titulaban sus comentarios después del KO de Oliva. El armado de una recepción oficial con el Papa Juan Pablo II en el Vaticano, un convite familiar para conocer lo más bello de la península y la elección de su hijito Martín, un niño de rulos de oro, como una mascota romana, formaban parte del bosquejo de seducción que jamás pudieron concretar. Coggi prefería las vacaciones en Bariloche, las guitarreadas con Argentino Luna y la ampliación de su propia casita en Brandsen . Aunque..

La industria pugilística italiana continuaba con su maniobra hechicera hacia él. Su primera defensa del cetro welter junior (AMB) fue con todo el apoyo del país. Dos himnos entonados en las pantallas de RAI en su combate ante Seung Hoo Lee, un coreano misterioso, casi un fantasma con un récord escalofriante de 46 victorias (38 KO) y sólo un revés que pasó una semana sin salir de su cuarto comiendo pescado crudo. La pelea fue en la región de sus abuelos: Chieti, en Roseto degli Abruzzi.

Aquella noche de 1988 llegó Diego Maradona como por arte de magia. Lesionado en un Napoli próximo al campeonato, estuvo para apoyar y vivar el electrizante KO en el segundo round. «Coggi e nostro, adesso e italiano», gritaba un anciano que juraba haber visto pelear a Primo Carnera.

Látigo Coggi y una vida pugilística exitosa, siempre con los colores argentinos
Látigo Coggi y una vida pugilística exitosa, siempre con los colores argentinos Crédito: Twitter

Separado para siempre de su promotor, Tito Lectoure , parecía escoger Europa como base de su carrera. Su entrenador Santos Zacarías vociferaba: «Es una especie de Gardel y Enrico Caruso cuando sube al ring. ¿Capisce?». Seguían sus victorias y era más nacionalista que nunca. Hasta preparó un viejo Chevrolet para correr en Estancia Chica, cerquita de Brandsen y lejos del Coliseo.

La familia Sabbatini y algún allegado a la RAI, con pocas esperanzas de lograr su doble nacionalidad -que hubiese ocasionado un suceso deportivo y económico enorme para ellos- concretaron un par de peleas más en los Abruzos, la región de los Coggi itálicos, en 1989. Fue retención por puntos sobre Harold Brazier y una dramática victoria sobre el japonés Akinobu Hiranaka, en Vasto.

Se distanció de su maestro Zacarías tras una discusión a muerte, por comer o no una pizza de salame. Se quedó con su nueva gente y con otro equipo. Volvió a Italia, con casi 38 años. Fue a realizar su última pelea, la del retiro. Con 82 batallas en el lomo, algo viejo y golpeado. Peleó y perdió con Michele Piccirillo en Bari, por un cinturón de «supermercado». Ya, a esas alturas de su vida, nadie se acordó del origen de su abuelo, de Chieti y del campeón de dos naciones. A Coggi todo le importó un comino. Jamás pasó por su cabeza compartir su bandera con otros colores. Sabía que Argentino Luna se lo podría reprochar en las letras de una canción que nunca hubiese querido escuchar.

Por: Osvaldo Príncipi – Fuente La Nación


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