Sobran virus, faltan políticos. Por Roberto Segurado

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SOBRAN VIRUS, FALTAN POLITICOS

Con la muerte no se juega. En el mejor de los casos la podemos desafiar a una partida de ajedrez, con el solo fin de ir ganando algo de tiempo. Tal como hizo el caballero Antonius Block, en la magistral película de Ingmar Bergman “El Séptimo Sello”, cuando al regresar de Las Cruzadas, luego de diez años de ausencia,  se encuentra con una Dinamarca devastada por la peste negra.

Con la muerte no se juega porque si se pierde  no hay desquite. La huesuda te puede llegar de mil formas. Postrado en una cama, a bordo de un avión que se viene a pique, cuando algún delincuente minorista te pega un tiro para robarte el telefonito, o arrojándote  al paso de un tren, cuando la angustia puede más que la esperanza.

Pero cuando la muerte te lleva es para siempre. No es juego, aunque te vayas bailando como en la película de Bergman, con La Parca encabezando la danza, llevando su guadaña y su reloj de arena.

Con la muerte se termina la fiesta. Porque la vida, más allá de las penurias y los agravios  que nos haya propinado, es una fiesta.

A decenas de miles de personas, la mayoría veteranos como yo, se les terminó la fiesta en estas últimas semanas. Muchos de ellos, seguramente, ya venían jugados y sin fichas, pero eso no quita que aún tuvieran algún proyecto, algún sueño pendiente.  Proyectos módicos, sueños pedestres. Cositas de todos los días. Ver florecer nuevamente los jazmines, recibir la visita de una hija que se fue a vivir lejos o esperar el próximo verano para ir a pescar con un nieto.

A cualquiera se le puede acelerar el final de fiesta. A mí, por ejemplo, se me puede terminar la vida en cualquier momento.  Porque como dicen los judíos: “Un joven puede morir, un viejo debe morir”

Una peste, tan cruenta como sospechosa nos está arrebatando los últimos minutos de la fiesta. Y en esos minutos todavía habitan algunos sueños, algunos proyectos, acaso los más pequeñitos.

Cuando veo esos zanjones que abren las excavadoras para sepultarlos y escucho a los cronistas hablar de” fosas comunes”, me pregunto ¿Qué tiene de común una topadora cubriendo con tierra una  larga  hilera de cajones apiñados?, ¿qué tiene de común, el espectáculo atroz de una maquina borrando esos anhelos, esas ilusiones brutalmente sepultadas, sin el módico consuelo de una flor o una lágrima?

“Un muerto es una tragedia, un millón de muertos es una estadística” Eso afirmaba Stalin, un personaje feroz e inhumano que según sus biógrafos más benévolos asesinó a no menos de veinte millones de personas, en el período que la historia reconoce como “La gran purga del terror”

No podemos dejar que las cifras estadísticas nos insensibilicen. No debemos naturalizar el funesto recuento cotidiano.

Dentro de esas cajas de madera, en muchos casos construidas de apuro, están María, Manuel, Gina, Alexander, Emily, Giovanni, Joao, Sofía, Wilson,  y miles y miles de nombres y rostros que ya no están.

Y todos los días nos llega el parte de las bajas. Nos agobian  con el fatídico censo. Todos esos rostros,  esos proyectos,  esos nombres, se diluyen, se transforman   en una cifra aterradora.

La política los convirtió en un dato estadístico.  Y utilizo la expresión “la política”  de manera genérica, para no abonar al equívoco. Para no confundir “la política” con LOS POLITICOS.

Digo “la política”, como podría decir la música que será buena o mala de acuerdo a quien la haya creado y quienes sean sus intérpretes. Como la música no es culpable de que haya músicos endebles, la política puede argumentar su inocencia ante tanto pésimo político.

La historia de la humanidad nos muestra por un lado a mujeres y hombres POLITICOS y por el otro a meros intermediarios de la política. Aritméticamente hablando los primeros siempre han sido menos que los segundos. Como en la música. Han sido muy pocos los genios comparados con la enorme cantidad de rascatripas que hemos conocido.

El POLITICO sabe de donde viene, donde está y a que objetivo se dirige. El otro, el traficante de la política, el intermediario, el puestista, “está ahí”, acomodándose a las circunstancias. Viendo que pasa. Como un mal jugador de ajedrez que no ve más allá del próximo movimiento. El POLITICO  construye su estrategia, y calcula en cuantas jugadas  le da jaque mate a su adversario.

Durante la Segunda Guerra Mundial,  cuando el avance alemán parecía incontenible, cuando ya habían caído Polonia, Francia, Bélgica y Holanda.  En ese momento, cuando Inglaterra sentía que la soga le oprimía el cuello,  cuando tenía todo para perder, el día que Japón ataca Pearl Harbor, Wilston Churchill, eufórico exclamo “Ahora ganamos la guerra”. Era un POLITICO.

Por supuesto que no en todos los casos hablamos de personajes íntegros y honorables. La condición de POLITICO no tiene absolutamente nada que ver con la categoría moral del individuo. Stalin fue un dictador sanguinario, implacable hasta con los camaradas que lo llevaron hasta la cúspide del poder, pero en los veintitantos años que gobernó a  la Unión Soviética, la llevó del arado a mancera a ser una superpotencia. Era un POLITICO

En las antípodas ideológicas, y en esos mismos años, desde 1933 hasta 1945, Franklin Roosevelt gobernó los Estados Unidos. A poco de asumir abolió la Ley Seca,  que lo llevó a ser el enemigo número uno de la mafia. De hecho, mandaron a matarlo. Sufrió un atentado del que él salió milagrosamente ileso pero  terminó con la vida de su amigo y correligionario Anton Cermak, alcalde de Chicago. Fue protagonista fundamental de la victoria aliada contra el nazismo, conflicto al que ingresó luego del ataque japonés. Sacó al país de la atroz depresión económica que venía arrastrando desde el crack financiero de 1929. Llegó al gobierno con trece millones de desocupados y la producción industrial al 50%. Fue contundente en sus decisiones. Devaluó al dólar un 60%.  Emitió moneda audazmente hasta cancelar todas las deudas que tenía el Estado con sus acreedores. Aumentó los impuestos a las rentas más altas e impulsó una ley que permitía la confiscación del oro y las divisas que estaban en manos privadas. Acaso el mayor “liberticidio” ocurrido en los E.E. U.U. en toda su historia.

Roosevelt transformó un sistema económico ultraliberal  y fue llevando a los Estados Unidos a un sostenido estado de bienestar. En ocho años se crearon cuatro millones de puestos de trabajo. Generó un sentimiento épico en el pueblo, al que convenció de que todo era posible. Terminaba sus discursos con una apelación drástica, casi autoritaria: Consuman, consuman, consuman. Hoy, acaso, lo tildarían de populista. Era un POLITICO.

Lo dicho: Fidel Castro no tiene puntos de contacto con Gandhi, Ni Mao con De Gaulle, ni Roosevelt con Ho Chi Ming, ni Franco con Salvador Allende. Pero que duda cabe de que estamos hablando de entes estrictamente políticos que respondían unívocamente a la sustancia que los inspiraba. Eran definidamente  políticos. No vivían rodeados de asesores y tecnócratas. Tampoco se obsesionaban con  las encuestas para ver qué efectos causaban sus decisiones en la opinión pública. Muchas veces, esas decisiones  eran repudiadas por la mayoría del pueblo, tan afecto a los resultados de corto plazo.

Esta peste que estamos padeciendo es un acontecimiento político de enorme trascendencia. La consecuencia de esta pandemia tendrá más que ver con lo político y su correlato económico que con lo sanitario. Cuando todo esto haya terminado Los muertos serán reducidos a un dato estadístico. Ya lo son.

Para ese trámite estará disponible la Organización Mundial de la Salud, un organismo burocrático que desde 1948, año de su creación,  no previene, no acciona, no produce. Solo administra, relata, centraliza las alertas y muchas veces oculta, confunde,  demora las decisiones, condesciende con el dominio de los laboratorios comportándose como una marioneta en manos de  los jerarcas del poder mundial.

La OMS dispone de un presupuesto de 2.200 millones de dólares por año. Suena como una cifra impresionante, pero no lo es. Cualquiera de los grandes laboratorios farmacéuticos del mundo, de los que hay diez o doce, destinan entre 5.000 y 10.000 millones de dólares por año a sus investigaciones y desarrollo de nuevos productos y tecnologías

El 17de Noviembre del año pasado un oculista chino, Li Weng Lian, advirtió sobre la presencia de un novedoso coronavirus con alto poder de propagación. Bajo amenaza lo obligaron a retractarse. Este oculista, contagiado,  murió poco después.

El 14 de Enero de este año, casi dos meses después la OMS le cree a los chinos que afirmaban que no existía evidencia de que el covid 19 se transmitiera entre humanos. Diez días después admite que ya había muertos en China, Corea del Sur, Japón, Singapur, Vietnam, Australia y Estados Unidos. No todos ellos habían comido guiso de murciélago.

Actualmente la Organización Mundial de la Salud tiene como director general al Dr. Tedros Adhanom.  Llegó a ese puesto en 2017 con los votos de China, de los países africanos y los que le acercó Obama, en el período en que se prodigaban lisonjas con imperialismo chino. El Dr. Tedros, de formación marxista,  está doctorado  en Filosofía, y ha realizado una maestría en inmunología en un centro de estudios en Londres. Es la primera vez en los 72 años de  historia de la OMS que su director general no tiene estudios en medicina. Su sueldo en la OMS es de 13.000 euros mensuales.

A finales del mes de Enero, Tedros viajó a China y tras un encuentro con Xi Jinping, elogió fervorosamente al régimen chino y exaltó el compromiso de sus líderes en la lucha contra la enfermedad. En el mes de Febrero, aún se oponía a que se impusieran restricciones de viajes con el gigante asiático, y criticaba enfáticamente a los países que cerraban sus fronteras.

La OMS oficializa la pandemia originada por el Covid 19 recién el 11 de Marzo, cuando ya había circulación del virus en ciento catorce países. Ese día Tedros declara: “Estamos profundamente preocupados tanto por los niveles  alarmantes de propagación y gravedad como por los niveles inquietantes de inacción”

Casi cuatro meses después de la advertencia que había hecho pública el pobre Li Weng Lian, que pago con su vida la osadía de decir la verdad, el caradura de Tedros manifiesta estar preocupado por el alto nivel de inacción. ¿La inacción de quien? Casualmente, la de él.

No es el primer papelón. En 2017, pocas semanas después de asumir, Tedros Adhanom, el Director General de la OMS, tuvo la ocurrencia de nombrar Embajador de Buena Voluntad a Robert Mugabe, el legendario dictador de Zinbabue que violó los derechos humanos de su pueblo durante treinta y siete  años. Fue tan grande el repudio internacional que en 48 debió volver atrás y retirar el nombramiento.

La Organización Mundial de la Salud es a la sanidad, lo que la ONU es a la paz. Puro relato. Su campaña se limita a recomendar el aislamiento social, la higiene  y por fin después de varias idas y venidas el uso del cubre naso.  Más o menos lo mismo que hacía mi abuela Josefa, hija de español con india pampa, analfabeta, en una chacra perdida en el sur santafecino cuando alguno de sus doce hijos se enfermaban de sarampión o alguna otra infecciosa. A mi abuela Josefa no se le murió ningún hijo.

El Vice Primer ministro japonés Taro Aso sugiere que la OMS debería  cambiar de nombre y llamarse Organización China de la Salud, y denunció “la descarada influencia de Pekin en la organización a la que estamos encomendados para vencer al  covid 19.”

A decir verdad la OMS no escatima en papelones. No acertó con el covid, ni  con el cólera, ni con la Gripe A, ni con el ébola… Y como dato no tan anecdótico hay que decir que hasta 1990, consideraba a la homosexualidad como una enfermedad mental.  Se lo repito para que no crea que he cometido un error: La Organización Mundial de la Salud consideró a la homosexualidad como una enfermedad y esto fue hasta los años 90, lo que es decir, hasta ayer nomas.

Ante la grave ausencia de POLITICOS en serio, tenemos esto: arribistas, mandaderos, burócratas defectuosos, alcahuetes, uberpoliticos, rosqueros, tramoyeros de boliche, puestistas, astutos vendedores de autos con el motor fundido y gurúes encuestadores.

Es esta ausencia de líderes POLITICOS lo que me preocupa. Me sobran los dedos de la mano si me pongo a contar los que hay en el planeta. Esta orfandad de LIDERES POLITICOS, me asusta más que el coronavirus. ¿No sé si me explico?

Roberto Segurado


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