Alejandro Castañeda Zazzali – Semanario Tribuna 14-08-2021

Las historias de vida vinculadas a la pandemia pueden despertar las más diversas emociones; como sucedió con Ivana Rojas Solís, la enfermera del Hospital que en cada vida que se esfumaba se conectaba con un pedazo de su historia de pérdidas y dolor.

Ivana, de 27 años, es enfermera desde 2018 y vecina de la Ciudad hace 12 años, es nacida en Salta, pero se crió en Bolivia, donde vivió hasta que sus padres fallecieron; primero su padre, cuando tenia sólo 2 años y luego su madre, a sus 5. “Vivimos unos años con mi abuelita y luego decidimos venirnos con mi hermana a Brandsen porque acá tenemos a mi tía y desde ese momento estamos acá”, comentó en su casa de calle Pueyrredón esta madre de Emiliano, de 5 años, y casada con Carlos, albañil.



Recuerda con claridad, Ivana, el primer contacto con un caso sospechoso; fueron aquellas dos personas que vivían en un barrio cerrado de Ruta 2 y habían venido con síntomas compatibles de Europa; “yo sentía que estábamos bien preparados porque teníamos mucha información con charlas y videos, pero de eso a la realidad hay una diferencia muy grande”, se animó a decir.

“NO ME DEJES MORIR”

Esas son la palabras que aún resuenan en la cabeza –y el corazón- de Ivana, que pese a la poca edad que tenía cuando su padre falleció, víctima de un ACV, no puede sino recordarlo; su madre, tres años más tarde, falleció en un accidente vial cuando iba desde nuestro país a su Bolivia natal. “Se viven secuencias de mucha angustia y mucho dolor y más de una vez me pasó traerme el duelo ajeno a casa; venía llorando por varios pacientes que sabían que se iban a morir y estaban plenamente conscientes de su situación; eso es desesperante”, describió esta vecina, con lágrimas en los ojos.



“No me dejes morir”, dice Ivana que le dijo su hermana, 8 años mayor, que fueron las últimas palabras que dijo su padre antes de dejarlas; “esta es una enfermedad muy traicionera porque por un lado uno se encariña con pacientes que de repente empiezan a saturar mal y una vez que eso pasa es muy difícil repuntarlos hasta que mueren a veces en condiciones inhumanas y solos”, detalló Ivana, que también vio partir a varios vecinos conocidos del barrio.

VISITAS

Si bien ella fue y sigue siendo estricta en cuanto a la metodología de profilaxis, y llega siempre a su casa bañada y con la ropa cambiada, en más de una oportunidad tuvo que decirle a sus familiares que no la fueran a ver porque temía ser ella portadora del temido virus “y con mi hermana, que tiene en local acá adelante de mi casa, nos hemos comunicado puerta mediante; también tuve que parar a mi hijo en más de una ocasión cuando quiso venir a abrazarme apenas mi veía”.



“Todos los años con mi hermano que vive en Bolivia nos veíamos porque él venía, pero desde que empezó la pandemia no nos hemos vuelto a ver”, dijo y contó que toda la familia de su hermano tuvo Covid “y la mujer fue la que peor la pasó”.

Ivana es muy sensible; se ve con facilidad; “me pasó más de una vez que me hayan dicho que saliera de la habitación porque me estaba haciendo mal tanto dolor, pero les respondía que no podía porque el paciente podía ser mi padre o mi hermano”, dijo.

RESPETO, NO MIEDO

Cuando el dolor es tan grande, tan propio, y se junta con el cansancio y el estrés de estar permanentemente en el campo de batalla, los sentimientos toman otras dimensiones.

Algo de eso parece sucederle a Ivana con el Covid, al cual ya no le tiene “miedo, sino respeto. La verdad que convivir con esto todo el día es agotador y una sabe de qué tipo de enfermedad de se trata. Al principio trabajamos 14 días x 14 días de descanso durante 10 meses y en un momento, por renuncias o contagios, llegamos a hacer semana por medio pero 12 horas por día, de 6 a 18; eso fue agotador”, reconoció, y definió como la peor etapa “la segunda ola, porque hubo síntomas mas graves además y mayor demanda de oxígeno”.

En todo este escenario de desesperación, cansancio y angustia en donde todo el trabajo debía ser necesariamente en conjunto, Ivana destacó de manera especial la labor del personal de maestranza “porque se puso el equipo al hombro y trabajó a la par nuestra asistiéndonos en cada momento y ante cada pedido”.

“Es un trabajo desgastante que muchas veces no tiene recompensa. De todas formas yo me acuerdo de cada paciente que tuve y a varios luego los veo por la calle que están recuperados y eso me hace muy bien”, afirmó Ivana, que recuerda como la etapa más agotadora el verano “en donde fue que trabajamos en turnos de 12 horas; no dábamos más”, rememoró.



De hecho, más de una noche Ivana decidió dormir en el sofá del living “para evitar el contacto cercano con mi marido o mi hijo; además, si bien llegaba cansada después de las horas de trabajo, generalmente cuando entraba a casa estaba mi hijo que me pedía compartir tiempo con él así que muchas veces terminaba durmiendo 3 ó 4 horas”, destacó, sin quejarse.

De esta forma, Ivana va transitando los días en esta pandemia con una mezcla de sentimientos, dolores y tristezas que sólo ella conoce y que quedaron el desnudo como tantas otras cosas en esta lamentable coyuntura, esperando que todo pase pronto y pueda volver a estar rodeada de toda su gente querida.

Alejandro Castañeda Zazzali


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