La amistad y la alegría y después la tragedia

Fuente Clarin

Primero la foto de los cinco amigos. Luego, la de la avioneta estrellada. Decisiones y destino.

La foto golpea y lastima en ese lugar impreciso entre el cerebro y el corazón. Lastima porque se conoce la noticia: los cinco amigos murieron al estrellarse en una avioneta. Está en la tapa de ayer. De otro modo es una foto de amistad y de alegría. Programaron una fiesta. Terminaron en la peor tragedia. El contraste hiere más.

Eran de San Vicente y habían ido a pasar un fin de semana a una cabaña mendocina. ¿Por qué una avioneta segura, bien equipada y en buen estado los llevó a la desgracia que se multiplica entre familiares y otros amigos y hasta hace que los sintamos amigos propios?

Jóvenes, de entre 37 y 42 años, productivos. Son sonrisas que no se replicarán más. Borges, que para casi todo tenía siempre a mano un pensamiento propio o una referencia ajena reflexionada, alguna vez recordó que cuando muere alguien también muere una cara.

Enrique Canto era piloto. Hasta hace poco tuvo una cantera en Tandil. Mauricio Balbi estaba en el negocio de la carne. Mariano Guyot, en los cereales. Juan Ignacio Otegui en el transporte. Y Pedro Siches era ingeniero en sistemas y su esposa había muerto en Perú no hace mucho en una escala de un vuelo de retorno de Estados Unidos.

Hay una hipótesis inicial que siempre se potencia cuando falta una explicación inmediata y se quiere razonar el por qué. A las catástrofes, por solidaridad o por impulso de resguardo propio, se hace imperioso entenderlas rápido.

La avioneta Piper PA 34, modelo Seneca V, es un bimotor liviano y de los más populares por su precio y facilidad para volar. Hay más de 1.000 en el mundo. Canto era un piloto privado, no comercial: no sabía navegar con instrumentos que ayudan o superan cuando no se ve o se ve poco.

Estaba a 7.500 pies, unos 2.250 metros, cuando se acercó a Quemú Quemú, en la mitad del camino de 900 kilómetros de San Rafael a Tandil. De pronto quedó ciego entre nubes bajas y densas. Decidió escapar de la niebla. Por radio avisó que descendería a 3.500 pies. Fue su última comunicación.

Expertos que examinaron los restos del Piper especulan que chocó contra el piso, se dio vuelta y se incendió. Un accidente clásico. Canto podía volver a San Rafael, con buenas condiciones meteorológicas. Debió haber vuelto a San Rafael. Siguió. Fue una decisión equivocada o impuesta por las circunstancias de un vuelo repentinamente difícil. O por eso que anda a mitad de camino entre el destino que no se puede prever y el destino que se puede precaver. Encrucijadas de la vida. ¿Sabía cómo estaba la ruta?

Esta fue mortal para esas vidas. ¿Lo será para esa amistad? Otra respuesta desconocida entre la fe y la no fe. Una provee consuelo. La otra alude a la precaución de la que la primera no exime. Y hay otra zona insondable: ¿dónde está el límite entre la cautela y la demasiada cautela?

ay quienes suponen que el destino está escrito y que la muerte acontece cuando debe ocurrir. Dios es el destino. Aun siendo fatalistas no conviene reclamarle demasiado a la fe. En los momentos de decisión extrema la fe o el raciocinio pueden llamar en auxilio a la cautela, que no siempre contesta.

O hay que llamarla varias veces. A veces atiende mejor si se la llama seguido. No sabremos nunca bien qué pasó por el cerebro y los corazones de esos amigos y mejor pensemos o nos ilusionemos con que la amistad sigue. Las familias y otros amigos suyos sufren y por un momento en nuestras vidas también son nuestros muertos.

Fuente Clarin

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